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viernes, 16 de mayo de 2014

El Depar

"I believe I can see the future
'Cause I repeat the same routine
I think I used to have a purpose
But then again, that might have been a dream"

-Nine Inch Nails-


Se despertó a las cuatro. Observó la luz del semáforo en el techo, se alternaba, del rojo al verde. Abrió los ojos, los colores fusionaban, con la lluvia impregnada en el cristal de la ventana. Sintió deseos de fumar, extendió su mano para prender su pequeña lámpara. Su refugio se iluminó en la oscuridad, el ambiente de sus sueños.

La enérgica luz, renovaba la atmósfera. Se sentó en su cama, encendió un cigarrillo, el humo invadió la habitación. Se levantó, caminó hacia la ventana que quedaba aledaña al baño. A esa hora todo estaba tranquilo, todos dormían. La ciudad estaba apagada, menguante. Afuera, el amanecer emergía lento, sediento.

En ese devenir del sueño sus pensamientos asomaban con intensidad; iniciaban con la fuerza de una maquina. «¿Qué vendrá hoy?», se preguntó. Reflexionó en ese micro pensamiento; «el núcleo de la vida», tan incierto. Levantarse a esas horas, le ayudaba a discernir el proceso de su existencia.

Aludió su trabajo en la editorial, corregía textos; los editaba de forma impecable.Trabajar editando libros es un oficio de concentración, de memoria. «¿Adónde me llevarán los libros?», pensó.« A las calles vacías del amanecer, donde no sucede nada». Apagó el cigarrillo en un cenicero de cristal color azul.

Calzó sus pantuflas. Vestía una camiseta blanca y un saco largo marrón. Entonces, con el sueño en los párpados se acercó lentamente a su librero. Sus libros permanecían quietos, observaban. La mayoría, los había conseguido a través de los años; otros los consiguió al haberlos editado. Eran sus compañeros en la soledad y en la vida. Con el paso del tiempo se había apropiado de una colecta, trascendente. En la parte inferior del librero, estaba un espacio segmentado donde guardaba sus casetes. Se sentó en el piso, los contempló con una sonrisa sarcástica. Cogió el encendedor; encendió otro cigarrillo. 

Disponía de aproximadamente unos doscientos casetes. Retirada en el amanecer, su pasión era grabar para escapar de la monotonía. Sentir la vida mediante la vibración de la música; tratar de entenderla, sortear sus problemas. Se recargaba como una batería humana bajo el reloj inexorable del universo. Junto a las ultimas estrellas, la luna aminoraba en la aurora.

 La mayoría eran mezclas grabadas, en momentos de desasosiego, tristeza
 pero también de alegría. Tenía mezclas de radio, casetes de bandas, algunos muy viejos, que había registrado en sus épocas de colegio y de universidad. Le entretenía revisar los títulos, escuchar las canciones que ella misma había grabado. Recordando, tratando de revivir, esos días, la melancolía afloraba, en sus ojos. Se quedó suspendida, colgada en el tiempo. Todas las imágenes que surtieron en su mente no fueron suficientes. Lo que sintió fue un remolino de emociones, alegría, miedo, tristeza, compasión, rencor; una pira de fuego en su alma. Sus grabaciones eran un viaje a través del tiempo, el túnel del pasado, el caminar incierto en el presente. Sus libros, los casetes eran sus testigos, inefables.

Pronto amanecería, conectó el aparato, sintonizó la radio. El tiempo había transcurrido ipso facto, durante ese amanecer nostálgico. Escuchó el canto de un mirlo, invocando el rugir del mundo. Se estremeció en el vacío, mientras las luces de la ciudad se activaban entre la bruma. Insertó un casete dentro de la grabadora. Pulsó el botón “Play”. Una canción se escuchaba en la profundidad del tiempo. Para continuar con su día, desapareció en el pasillo de su apartamento.



Santiago Salvador
2014







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