No podía
dormir, habían pasado tres años de noches y madrugadas que no lograba conciliar el sueño. Me amanecía mirando los
números digitales del despertador. Dando
vueltas sin sentido, mientras transitaban las horas: las tres, las cuatro, las cinco. Hasta
que finalmente los números verdes del despertador se desvanecían en el amanecer. Reflexionaba incesantemente; hasta el punto de delirar. Otra noche
más sin poder dormir.
Súbitamente, el despertador se activó con una canción -Tapando el sol con un dedo- Me levanté sonámbulo y lo desconecté, eran las seis. Mi estancia quedaba en la parte posterior de un edificio blanco, de cuatro pisos. Arrendaba la habitación, desde hace cuatro años. El oficio de profesor de literatura, sustentaba un sueldo para pagar el arriendo.
Súbitamente, el despertador se activó con una canción -Tapando el sol con un dedo- Me levanté sonámbulo y lo desconecté, eran las seis. Mi estancia quedaba en la parte posterior de un edificio blanco, de cuatro pisos. Arrendaba la habitación, desde hace cuatro años. El oficio de profesor de literatura, sustentaba un sueldo para pagar el arriendo.
Mí aposento estaba resguardado de libros que posaban en sus estanterías. Un
escritorio, una lámpara encendida sobre torres de papeles y libros que permanecían inertes. En la parte inferior de la habitación, bajo una ventana pequeña, estaba un colchón despanzurrado en
el suelo. La ventana avizoraba el bosque como un mar de redención. En las mañanas, cuando no hacía frío, la abría para que la resonancia desembocara hacia dentro.
Con el insomnio soterrado en el cerebro, me paré frente a un cúmulo de libros de muchos colores. Libros: azules, amarillos, rojos, violetas,
anaranjados. No sabía por cuál empezar, era un soldado literario, un astronauta del infinito. La melancolía y mis libros, evocando profecías. La soledad me recibía con los brazos abiertos; un mar saturado de azufre en el cual navegaría. Cogí un libro, azul me senté en el sofá, lo abrí y comencé a leer.
Santiago Salvador
2014
Santiago Salvador
2014